La erosión es la pérdida de la superficie superior de la tierra a manos de fuerzas como el agua y el viento, lo que provoca un notable desgaste de los componentes esenciales de la tierra, vitales para unas prácticas agrícolas sostenibles. La erosión suele estar causada por fuerzas naturales (principalmente el agua, el viento y los incendios forestales), pero puede intensificarse por diversas actividades humanas. Las fuerzas naturales que pueden influir en la erosión e intensificarla pueden ser la vegetación, el clima, la topografía y las actividades tectónicas. En cambio, las actividades humanas que pueden afectar a la erosión son la agricultura intensa, la deforestación, la construcción, la minería, el pastoreo excesivo, el pisoteo de animales, etc.

La erosión del suelo supone una amenaza importante para las personas y su entorno, sobre todo en aspectos relacionados con el uso de la tierra, como la agricultura y la horticultura. Además de limitar el desarrollo socioeconómico de la zona afectada, también causa importantes alteraciones en el ecosistema del suelo y en la composición de los nutrientes, lo que provoca pérdidas económicas, un bajo rendimiento de los productos agrícolas y un uso limitado de la tierra. Dado que el desarrollo agrícola depende de suelos ricos en nutrientes, la erosión frena el desarrollo de la agricultura al arrastrar los nutrientes esenciales necesarios para que la agricultura prospere. Esta acción conlleva costes adicionales, como la reposición del suelo, la demanda excesiva de fertilizantes, la replantación varias veces y la creación de sistemas de control del drenaje. En consecuencia, los agricultores se enfrentan al reto de unos costes más elevados, un menor rendimiento, un uso limitado de la tierra y una sostenibilidad reducida, sobre todo cuando abordan la erosión con técnicas tradicionales.